miércoles, 8 de enero de 2020

EULOGIO HIGUITA SALAS -Pichón de cura.


EULOGIO HIGUITA SALAS

Eulogio Higuita, guardia de la Penitenciaría Agrícola La Colonia

¡Váyase de aquí! -le dice Sofía al gato- ¡si le gusta dormir en la silla! Ella se disponía a acomodar a la persona que le escucharía los relatos de su esposo. A un costado de la pequeña sala se encontraba un modesto pesebre, y a unos pocos centímetros de este estaba un humilde árbol de navidad. Entre sus adornos tenía unas flores amarillas, verdes y rosadas en celofán. Con gratitud dice que se las enseñaron a hacer en el ancianato.

Antigua y única cédula de identificación
Eulogio era hijo de Carmen Rosa Salas Valle, residente en la Vereda Las Lomas. Siendo niño ayudó en la parroquia local como sacristán. “A él le hacían mucha burla y lo molestaban mucho dizque porque era pichón de cura. Y él de güida, de güida, él no contestaba, y cuando menos acordaba, lo empuñaban y lo aporriaban. Él le ponía la queja al párroco, y le ponía la queja al profesor. Pero, como entonces, esos que lo molestaban a él eran hijos de rico, entonces por eso se la tenían montada a él, porque él era un hombre pobre, humilde”, dice Sofía.

El sacerdote había visto que Eulogio era habilidoso con las funciones propias de un sacristán, razón por lo cual lo pidió y se comprometió a darle el estudio. Lo que Eulogio no aprendía en la escuela, el cura se lo enseñaba en la casa cural.

Josefina, primera esposa de Eulogio
Continúa Sofía narrando hechos de la infancia de Eulogio y agrega: “se fueron pa´ un paseo pa´rriba pa´Cañaveral, y allí en ese través, pa´ voltiar de Las Palmas pa´llá, él no se arrevolvía con los compañeros, sino que él era solo, solo. Pa´donde voltiaban, él era solo. Hacían comitivas y todo eso por allá, pero entonces muchas veces se quedaba así sin comer por no estar al pie de los que lo molestaban. (…) Y ahí dizque habían mochao unas matas de cañabrava, y otras que no me acuerdo. Habían unas varillas así largas, puntudas. Y él dizque se logró cortar una punta de esas. Dizque cuando lo agarraron allá en Cañaveral, en toda la manga (el profesor dizque los mandó pa´que lo fueran a coger pa´que fuera almorzar). Entonces él no se dejó. Entonces dizque lo iban a coger a pata, le dieron puño. Entonces él ´izque sacó ese chuzo, y se lo mandó a uno, ´izque el que más lo molestaba. ´izque se lo mandó por aquí, así; ´izque casi le sale aquí –señala el pómulo- y ese fue el motivo de salise de la escuela”.

La mala experiencia en la escuela lo marcó y como padre se rehusó a enviar a sus hijos a la escuela. “Entonces nosotros nos levantamos la familia muy pobremente, y entonces él decía que pa´ qué mandaba los hijos a estudiar, que servían de carnada de los otros (…) claro que uno que va ciego del todo, el otro le abre los ojos a punta e puño”.

Sofía, segunda esposa con sus hijos
José Jonás, Ana Sofía y Roso Cruz
Eulogio tuvo un primer hogar conformado con su esposa Josefina David con la cual tuvo ocho hijos. Luego de separarse de ella, se casó con Maria Sofía Serna Valle cuando esta tenía 23 años. Tuvieron seis hijos: José Jonás (Jota), Ana Sofía, Roso Cruz (del cual no se sabe si vive o fallecido), Eulogio León (quien ve por ella), y Mahomed (quien falleció prestando servicio militar el 16 de septiembre del  2000). Vivieron a un costado de la quebrada Peque, sitio conocido durante mucho tiempo como La Planta, hoy propiedad de Diego Peque Rua (Perma) con el nombre de Caballo Bayo.

Donde nosotros estábamos viviendo, nosotros no lo compramos. Nos mandó don Pacho allá porque eso estaba allá solo y las que estaban allá eran las culebras. Y la casa estaba arropada de puro rastrojo y tuna. Allá vivió la difuntica María Salas con el esposo que se llamaba Tulio. Pero entonces ellos se pusieron a trabajar pa´llá pa´l otro lao en lo de las Guerras. Entonces don Pacho como que les dijo que él necesitaba era que el que viviera a este lao, fuera la tapa de toa esta finca. Y eso hicimos nosotros”, asegura Sofía.
Eulogio, Sofía y Ana Sofía

Vivir al lado de la quebrada, más que satisfacciones, acarreó dificultades, sobre todo en la época de verano, en los meses de diciembre y enero cuando bajaban niños, jóvenes y adultos a bañarse y divertirse en los pozos de la quebrada. “¡Ave María!, nosotros sufrimos mucho con la gente. El sembrao, lo que era fríjol, maíz, revuelto y la caña, eso se iba todo por parejo. Y entonces, ya nosotros lo que nos tocaba era por ahí el redrojito, y eso sí, rebuscao (…) eso era bien sabido que primero comía el ladrón que el dueño de la olla”, dice con recelo.

En una ocasión, el pozo de agua que  más cerca estaba de la casa de Eulogio, amaneció lleno de vidrios y uno de los bañistas resultó con una herida grande y profunda en la planta del pie. Esto originó reclamos y expresiones amenazantes entre los bañistas y la familia de Eulogio terminando en una batalla campal en la que iban y venían piedras de lado y lado. Tan mala suerte tuvo el pequeño Jota (Jonás), hijo de Eulogio, que una de estas pegó en su pómulo dejándolo ensangrentado y mareado. Dicen las malas lenguas que Eulogio dio ánimo a su hijo diciéndole que se levantara que estaban en guerra.
Sofía en su hogar de La Miranda. Aquí invirtió la indemnización
que le dio el Ejército Nacional por la muerte de su hijo Mahomed.

Siendo adulto, Eulogio fue guardián de prisiones. Trabajó en la Penitenciaría de La Colonia, por San Jorge. Además de estar vigilante de los reclusos debía enfrentar el frio extremo y la acechanza de los animales de la selva, principalmente las serpientes venenosas. Luego de esto, también se desempeñó por unos días como guardián de la cárcel municipal. Dicen quienes lo recuerdan que le gustaba portar el revólver de dotación en la cintura debajo de la camisa, asomarse a la calle y fijar su vista en algún filo del paisaje y apoyar su mano izquierda sobre el revólver. Quería dar la impresión de respeto y de estar dispuesto a la acción por su cargo.

Antes de estallar la violencia política en 1948, con la muerte de Gaitán, Eulogio tuvo una tiendecita por los lados del parque, pero esta fue saqueada e incendiada. No tuvo más remedio que armarse y organizarse en las filas de la chusma liberal para defenderse.

Otros de los cargos desempeñados durante varios años por Eulogio en el municipio fue el de Plantero. Ganaba en ese tiempo aproximadamente 60 mil pesos al mes. Justo al lado de su casa estaba la minicentral hidroeléctrica. No era potente pero era la maravilla de la época. Uno o dos bombillos dentro de la casa hacían innecesario el  uso de lámparas de petróleo o de velas en la noche. La energía producida por la planta solo era para la iluminación. Cualquier otro uso como aplanchar ropa o cocinar con fogón eléctrico no era permitido. “Por aquí hay un contrabando y por aquí es ´onde me da. Mamá dizque le robaba luz pa´ planchar de noche. No sé si es que tenía indicios que ella aplanchaba de noche”, decía Maria Cleofe Moreno en palabras de su hijo Sinar.
Datos libreta militar

Luego de la primera mini hidroeléctrica, hubo otra un poco más potente al otro lado de la quebrada. “Él estuvo allá también. Allá se enfermó mucho y le buscaron un reemplazo, y ya él no volvió a trabajar más en la planta”, dice Sofía.

Mucho tiempo trabajó para el municipio y para la nación. Quizás pudo reunir el tiempo suficiente para ser acreedor a una pensión proporcional al tiempo servido. “Tenía hasta una papelería de él cuando trabajaba en la colonia, y cuando ya estaba trabajando allí, de plantero. Ya pues con el tiempo, cuando entró José Luis, El Ñanguita, de alcalde, me pidió los papeles. Y a mí se me olvidó habele sacao fotocopia. Oiga, dizque porque él me iba ´cer esa vuelta pa´ ver si de pronto nos daban alguna cosa por pensión. Y entonces resulta que él cogió los papeles y se los guardó y no sé qué haría con ellos porque en ese año que él me pidió los papeles, también se fue volao de aquí ´e Peque, y adiós que yo no volví a ver los papeles, siquiera”, recuerda Sofía con tristeza.

Era Eulogio una persona pulcra al vestir, se preocupaba bastante de la presentación personal, no podía faltarle el agua de Florida para rodearse de un buen aroma. Peinaba su bigote, no solo para subir al pueblo, sino también después de cada comida.  A pesar de que su bigote no era abundante, sí merecía el máximo cuidado, pues siempre lo retorcía con sus dedos pulgar e índice para arriba. Doblaba su pañuelo en triángulo y se aseguraba con cuidado de que una de sus puntas quedase unos cuantos centímetros por fuera de su bolsillo para halarlo.
Ventiador o china, utilizado décadas atrás
para soplar los fogones de leña. Este
instrumento es fabricado por Sofía

Tomaba el camino hacia el casco urbano subiendo por El Jundungo (en aquellos días no había camino para la quebrada por los lados del actual barrio La Miranda). Durante el recorrido se aseguraba que sus bigotes estuviesen caprichosamente retorcidos y el pañuelo en su sitio con una de sus puntas hacia afuera.

En la vida ha habido, hay y habrá objetos que son cómplices de la vanidad de hombres y mujeres. Afortunadamente son objetos inanimados, sin conciencia ni razón. Cómo se reirían estos artículos de nosotros en los esfuerzos para tener una aceptable presentación personal o para alcanzar  ideales de belleza preconcebidos por la sociedad.

Lo descrito es una lucha librada por todas las generaciones humanas en todas las culturas. De ella no pudo escapar Eulogio, y para ello contó con el elemento material que para muchos  mejora la autoestima: el espejo. En su recorrido hacia el casco urbano, se detenía en el camino y sacaba dos espejos. Primero revisaba su bigote y al constatar que todo estaba bien, pasaba a revisar su pañuelo y sus caderas (su trasero diríamos en estos tiempos). Tomaba dos espejos, uno en cada mano. Doblaba ligeramente una de sus manos hacia adelante, un poco por encima de su rostro, y la otra la estiraba hacia atrás. Con el espejo de adelante enfocaba la imagen del espejo de atrás. Asegurándose de que los espejos estaban reflejando la misma imagen, volteaba su cabeza, y con un juego en los ojos, enfocaba casi que de manera simultánea ambas pantallas, para ver allí, en su sitio, al pañuelo  y su trasero cuidadosamente cubierto con el pantalón de apolo confeccionado por el sastre Tulio Valle, tío de Sofía. Hecho el ritual, el camino hacia Peque continuaba.

Cada minuto, cada hora, cada día en la existencia humana, es una palabra, es una frase, es un párrafo en la historia de una persona. El capítulo de esta historia se cierra el 4 de septiembre de 1995 cuando nuestro guardia de la Penitenciaría Agrícola La Colonia murió después de varios meses de enfermedad.

Genealogía
Nació Maria Sofía el 16 de junio de 1940. En la actualidad cuenta con 79 años. Se casó con Eulogio a la edad de 23 años. “El que presta lo que tiene, a pedir se atiene”, dice Sofía.
Maria Sofía Serna Valle es hija de Cruz María Serna y Maria del Rosario Valle Zapata. Don Cruz María era originario del municipio de Ituango. Cuando se casaron, Maria del Rosario tenía una hija, Berta, de tres años (esposa de don Luis Lopera).

ü  Hermanos de Maria Sofía
Berta Rosa Valle, esposa de Luis Lopera, (ambos fallecidos). Era hermana por mamá ya que su padre era Daniel Moreno (vivía por los lados de Popal o El Tablazo). otro hermano por mamá fue Lorenzo Valle (vivió con Rosalba Moreno).
Los otros hermanos son Ramón, Matilde, Ofelia, Luisito, Reynaldo, Magola. Luisito y Reynaldo viven por Urabá; Ramón y Matilde, viven juntos en Medellín.

Otros datos
ü  Josefina David y Eulogio Higuita fueron padres de Adolfo, Elí, Ernestina (esposa de Luis Valderrama), Carlos Enrique, Benedicta (esposa de Pedro Julio David –Chimbita).
ü  Josefina David: hermana de Antonio, Marcos, María (madre de Nelly Higuita, esposa de José Sucerquia).
ü  Carlos Enrique: padre de Heriberto, Enriqueta (la que vivía con Abertano Chancí), Luz Aura (la mujer de Alberto Elías Vélez, conocido cariñosamente como El Flaco) y Berta.
ü  Adolfo vivió con Ana Ortiz y tuvieron a Adolfito, Carlos, Elías, Josefina y Celina. Estas dos últimas eran mellizas y les decían Las Potolio.

ADRIANO GRACIANO HIGUITA: EL MOCHO CHINGÜÍLO

ADRIANO GRACIANO HIGUITA   - ¿Cómo dice aquí? - le pregunta alguien mostrándole un sobrecito de azúcar. – ¡Azúcar!- responde Adriano m...