- ¿Cómo dice aquí? - le pregunta alguien mostrándole un
sobrecito de azúcar.
– ¡Azúcar!- responde Adriano mientras suelta la risa.
– Está adivinando –responde otro que está presente.
- No fui a la escuela; era muy bueno era pa´ la piedra
-comenta.
“¡Yo fui un día a la escuela, hombe!.
Qué tanto era que me ponían un papel, dizque suba y baje; suba y baje, con un
lápiz. Eso fue la enseñanza que me hicieron en el primer día, y no volví”, recuerda.
Sostiene Adriano que la persona de edad ya no aprende,
que la mejor época para el aprendizaje es la juventud. “Uno cuando tiene quince años y tiene toda la memoria aquí – señalando su
cabeza –y esas canciones viejas que oía por allá, esas sí me las aprendí. Pero otro
que me diga cosas de ahora, no aprendo nada”.
Al mal tiempo, buena cara, dice el dicho popular. Y este
está muy bien representado en la persona de Adriano, quien ante las dificultades
que le ha presentado la vida, las enfrenta con bromas y risas.
- ¿Cómo le va? –saluda Adriano a una dama que acaba de
ingresar a la cafetería.
- ¿Usted quién es? –pregunta ella.
- ¡Ah! ¿Pero no me distingue usted a mí? –replica
Adriano -¡No ve que me falta una mano, vea! –le muestra su mano amputada –yo creo
que se acuerda.
Una de las primeras dificultades que tuvo Adriano en
su vida fue la pérdida de su mano izquierda a la edad de 16 años. Y es que él
es de esa época en que los problemas entre los hombres se resolvían a peinilla
(machete). Ese ajuste de cuentas fue con otro paisano que también era andariego
y problemático.
Fue en la cantina El Caliche, sector La Armenia, corregimiento
Camparrusia, municipio de Dabeiba. “Yo por allá me
dedicaba a jornaliar cogiendo café”, dice. Adriano se guindó a peinilla con
otro paisano de la vereda Las Faldas. En ese voleo de peinilla Adriano le cortó
una pierna al paisano; Adriano pensó que había sido todo por el momento por lo
que se desentendió de la situación y se descuidó. “El que no es malo, que no se ponga a peliar (…) se le caía el machete y
yo le decía: arrecogelo pa´ que nos demos más. En eso llegó otro y dijo: dejen
esa pelea, dejen eso ya. Le hicimos caso, y como yo estaba tan muchacho, me
descuidé. Y mentiras que me estaba midiendo el tiro, así como estas vos, así
sentao, y ¡pao! Había comprado como dos o tres frescos pa´ los amigos; y llego
y ¡taque!”.
“Yo trabajaba con todas dos, porque yo era
muy bueno pa´ un rastrojo”, dice con respecto a sus manos. Sin embargo,
luego de la pérdida de su mano, debido a sus correrías y al vicio del trago,
debió enfrentar otras broncas, pero ya con una sola mano. Según parece, Adriano
era hábil para la peinilla, no se dejaba estrechar. Le tocó desenfundarla para
proteger su propio honor o el de otro y enfrentarse a los reconocidos Nidilio
Valle y Octavio Guerra.
Adriano reconoce que algunas de las batallas, con
machete, fueron más bien confabulaciones con algún amigo con el propósito de
dañar un baile o para evitar pagar la cuenta en una cantina (parranda dañada,
cuenta saldada).
También se daba el caso de que alguien le regalara
trago simplemente para que se enfrentara a machete con otro destacado en la
misma habilidad. “Este pompito de allí
que le dicen Pompo, Jaime Rivera, me daba trago pa´ que me guindara con un
muchacho de allí que llamaba Caín Arias, del Páramo. Y era tan loco yo que
Jaime me daba trago pa´ venos guindao a machete en esa faldita del Cielito y
bajábamos a punta de fierro hasta allí. ¡Tomate otra y volves a guindate! Nos guindábamos
en esa bajaita y eso era tin tan. En ese tiempo como que no había ley, yo no sé
qué pasaba”, recuerda Adriano.
Eran los tiempos en que los campesinos tenían dos
peinillas (machetes). Uno para las labores del campo (rozar, desmalezar, trochar,
cortar árboles), y otro para salir al pueblo, que usualmente se convertía en
elemento de defensa personal o de provocación. “Eso le
sacaban filo por los dos lados, en ese tiempo, pa´ que agarrara por los dos laos”,
afirma. Y agrega: “una vez cargué un cuchillo dizque por acá
– señala la parte delantera de la pelvis –y no volví a cargar más un cuchillo;
casi me chuzo las partes nobles”.
Las anécdotas de Adriano no paran porque para la vida
que llevaba (trago, andariego y decidido), siempre se es el protagonista. “El que es jodido, es jodido. Una vez
emborraché a una persona de esos malos de allá de Camparrusia. Tenía una
pistola de un solo tiro y le di trago hasta que se la robé. En la noche la
escondí debajo de un puente. Al otro día me fui, saqué esa pistola y me fui. Y en
lo robao, eso se lo roban a uno. Entonces me emborraché yo también en
Camparrusia, y me la robaron a mí también”, recuerda con gracia.
La vida a Adriano le cambió hace 23 años cuando se “entregó
al evangelio”. Se estabilizó, dejó de andar, de beber y empezó a utilizar la
peinilla para lo que siempre debió utilizarse: para cortar rastrojo. “Tengo mi salud y ando con mis amigos bien.
Tengo mi familia”, asegura.
Adriano
Graciano es oriundo del sector Cañaveral, vereda Guayabal; sus padres son
Teresa Higuita y Francisco Graciano. Sus hermanos son: Gloria (vivió con
Heriberto Higuita), Nelly, Magnolia (fallecida), Neftalí, Joel Higuita, Leonel
Graciano, Jorge Graciano. Nació Adriano el 25 de julio de 1945 en el sitio
conocido como El Madero, corregimiento Los Llanos de Peque
Después de tanto recorrido en la vida, Adriano se casó
con Liria David a la edad de 40 años. Tuvieron cuatro hijos: José Armando, Adrián,
Deiber, Neider. Adriano es padre de otra hija (Ludi) que tuvo con doña Consuelo
antes de casarse.
Genealogía
Adriano
Graciano, hijo de Francisco Graciano. Francisco Graciano, hijo de Cipriano
Graciano.
Francisco
Graciano, hijo de Cención Valle
Teresa
Higuita, hija de Juanita Higuita y Alejandro Valle.
Adriano
Graciano, primo del fallecido Ramiro Valle
Alejandro
Valle, hermano de Jesús Valle (abuelo de Zulinda Valle)
Liria
David, hija de Arnulfo David y Jesusita Higuita
Liria
David, sobrina de Saúl David, de Llano del Pueblo