LUIS
ÁNGEL GONZÁLEZ OLIVEROS
En la foto: Luis Ángel en su puesto habitual de los sábados y los domingos
atendiendo amigos y clientes.
“Estando
viviendo con ella y echarse la soga al cuello”, es
la expresión que lanza don Luis al referirse a la pareja que contrajo
matrimonio en enero de 2019 luego de más de veinte años de convivencia. Y es
que para esta boda don Luis fue invitado como padrino. No fue nada
trascendental, fue en la misa de 12. Luis se encontraba atendiendo su puesto de
venta de alimentos –tamales, huevos sancochados con arepa, arroz con leche y
bananos- cuando llegó el novio y le dijo “venga
pues que ya es hora”. Luis dejó su sitio de trabajo y fue a apadrinar a una
pareja que desde hacía un mes le había pedido ese favor.
Todo en la vida cambia,
hasta los contratos conyugales no son lo mismo ahora. “Yo me casé y ran, ran. Recibe a fulana por esposa y mujer. Y nos
casaron, y desen la mano, y ya. Y ya no había nada más que firmar ni nada. Uno
iba y firmaba el documento allá en la casa cural…y en la iglesia no tenía que
firmar nada. Ahora tiene que firmar allá en la casa cural y venir a firmar
allí. El matrimonio que conste que sí se casaron. No sé si es para los de
primera, o si es para los que viven arrejuntaos. Eso queda comprometido en dos
veces”.
El compromiso y la
honestidad de los contrayentes no se mide por la cantidad de invitados ni por
los gastos generados. Luis cumplió con el favor y volvió a sus ventas como es
costumbre los sábados y los domingos. No se sabe de fiestas, de luna de miel ni
de viajes de boda. “Yo los largué allí en
la puerta y no supe pa´donde voltiaron. Yo me vine pa´ca. Yo creo que ellos
están haciendo viaje pa´isen (se refiere la vereda)”, dice Luis con risas
que denotan lo ordinario del acto.
INFANCIA
Y ESCUELA
Luis Ángel González Oliveros
nació el 7 de agosto de 1947. “Cada que
se llegue el 7 de agosto, Día de la Independencia, cumplo yo años”, lo dice
con patriotismo. Cuenta en el momento con 71 años cumplidos. Luis Ángel es hijo
biológico de Laura Rosa Oliveros –fallecida- pero fue criado por dos hermanos:
Maria Cecilia González y Apolinar González -biatos- quienes lo adoptaron desde
los dos meses de nacimiento. Fue criado en Las Faldas del Café. Y en esa suerte
que le dio la vida la gente le comentaba cómo fue su infancia: “Dizque me metía en esa maca y ahí me dejaba
todo el día. Y yo chille y berre ahí con hambre y nadie dizque llegaba a dame
comida. Entonces en esas…y las otras, estaban ellos dos poniendo cuidao,
entonces vieron que no había quien respondiera…entonces me cogieron a mí. Me
sacaron de la´maca y comenzaron a limpiamen la nalga, y a ver por mi, y a
ponemen cuidao. Ya mi mamá no llegó más”.
Luis Ángel era un bebé en
los tiempos de la Violencia Política en Colombia. Dice que sus padres adoptivos
lo llevaron entre un canasto por los lados de Juntas de Uramita. “Por ahí amanecían conmigo y al otro día
volvían y seguían, y hágale, y nadie más se oponía a la vida mía”.
Inicialmente Luis dice que
no tuvo escuela porque el papá y la mamá vivían muy lejos de la escuela. “En esa época, cuando se estudiaba, se
estudiaba día por medio”, recuerda. En esos tiempos, la escuela no era
mixta. Los niños asistían unos días a la semana, y las niñas asistían los otros
días. “No es como ahora. Un grupo de
gente pa´la escuela. Todos, mujeres y hombres ahí reunidos”.
En la imagen: Iván Guerra, Pimo. Otro cliente de Pele y Coma
Refrescada su memoria, Luis
dice que probablemente si fue a la escuela. “…o demás que sí iba, pero entonces uno como lo pasaba era jugando, no
aprendía nada (…) En ese tiempo jugábamos era chocho. Yo no aprendí nada”.
Gracias a su padre, quién le enseñó a leer, y un poco a escribir, hoy puede dar
cuenta de lo que está escrito. “Yo
mantengo leyendo por ahí cuadernos, libros. Cuando tengo tiempo leo biblia,
libros”.
Él único maestro de su
infancia que recuerda, y no por su nombre sino por su apodo, es a “Repleto”.
Ante un sobrenombre que puede generar diversas ideas sobre su origen Luis dice:
“En ese tiempo era muy tesa la escuela.
Entonces resulta que Donaldo (hijo de Manuelito Guerra) era peliador. Echaba
bonche todos los días. Pero resulta que el profesor lo cagó, entonces el
Donaldo le dijo Repleto. Yo estaba en esa escuela ese día. Le dijo, Repleto
hijueputa. Le dijo al profesor chiquitico, era un profesor así chiquitico. Me
parece que era Ramón que se llamaba”.
Ya imaginamos la sanción
para un alumno de aquellos tiempos que faltaba al respeto del profesor. Dice, “el profesor echó a Donaldo, claro. Lo echó
de la escuela”. Y el apodo para el profesor se popularizó en todo el
pueblo. “Donaldo lo bautizó así, y
entonces la gente quedó llamándolo Repleto. Como era al medio de toda esa gente
(…) como fue a la vista de todos los compañeros de estudio, por ahí 150
estudiantes, entonces los otros estudiantes ya le decían era Repleto, y ese
viejo le chocaba mucho”.
Luis describe al profesor de
pequeña estatura, barrigón y grueso. Cuatro años que permaneció el maestro en
el municipio, debió soportar aquel sobrenombre. “lo llamaban y le chocaba mucho; se ponía que escarbaba de rabia”,
recuerda.
El castigo que había
originado el enojo del estudiante para que bautizase al profesor con ese apodo,
era el más conocido en esos tiempos: golpear de manera fuerte la palma de la
mano del estudiante con una regla. “Yo
estudiaba de aquel lado (San Juliancito) aquí. Eriberto y yo, estudiábamos los
dos aquí, Mira la señora, Nelson, Juvenal Valderrama, Libia, Nena, Gilma. Toda
esa gente estudiábamos aquí”, dice.
Fue en la escuela jugando
con sus compañeros donde Luis ganó su apodo con el cual es conocido en el
pueblo: “Fatiga”. No se sabe por qué sus compañeros lo renombraron así. Nombre
de pila contradictorio a lo que en realidad representa, o más bien el más
indicado para describir a una persona que ha luchado contra las necesidades
propias de la pobreza. Con su trabajo y esfuerzo sacó a sus hijos adelante, ha
luchado por sus nietos, y gracias a ello, ahora sus bisnietos le dicen
“papito”.
Luis es de los González de
San Juliancito, primo de ellos. La difunta Nena y el difunto Miguel eran primos
hermanos, y eran primos hermanos de él. “Eriberto,
ese que saca frutas del otro lado, es primo hermano mío (…) Gonzáles, Gonzáles
vivos, no está sino Eriberto apenas de esa familia. Hay Gonzáles, pero ya hijos
de él. Pero la familia vieja de Gonzáles viejos, no hay. No queda sino él”,
aclara Luis.
Familia
sudor y sufrimiento
Tenía Luis 27 años de edad
cuando se casó con doña Robertina Durango. Su matrimonio perdura como la durabilidad
de muchos artículos del pasado. “Conozco
gente de 40 años dejando la obligación por cualquier parte. Unos viejos y otros
porque son necios. Usted puede vivir 40 o 50 años y llega el momento en que le
choca la mujer, o uno le choca a la mujer, por circunstancias de la vida,
entonces se aborrecen. El uno voltea por un lado y el otro por el otro”,
opina.
En la foto: Luis, en una tarde de descanso, viendo las imágenes que le comparte Carlos Zapata de su WhatsApp.
De su matrimonio con doña
Robertina tuvo ocho hijos. Con su esposa trata de ser lo más comprensivo
posible, cosa de la cual pueden dar crédito sus hijos: “no me ven diciéndole ni esto, vea, ni esto”. Dice que cuando el
hombre se maneja bien con su compañera, los hijos pueden interceder por papá
cuando la esposa echa cantaleta de manera excesiva y que esto puede aburrir al
hombre originando la separación.
Se crió Luis por los lados
de Santa Agueda y su primera posesión de tierra fue en Platanar. “La primer tierra que yo conseguí, en ese
entonces, era muy cara la tierra. Me costó ciento treinta mil pesos, o cien y
pedacito. Eso lo tenían era los ricos. Yo vendí eso en 150”.
Para una persona de escasos
recursos le era imposible pagar esa suma de contado. Para tener acceso a la
tierra, debía haber un trato acordado de pago. Luis dice: “Yo pagué esa tierra a trabajo, a jornal. Y cuando eso, el jornal era
por ahí a 25 o 30 pesos el día. La gente trabajaba por 20 pesos un día
enterito…por 20 centavos, digo. Pero yo empecé a tener esa tierra estando
joven. Entonces en la casada yo vendí eso. Y compré por allá en El Agrio una
tierra. Yo viví en El Agrio un año (…) entonces yo vendí esa tierra allá como
en 180 mil pesos. Por allá me resultó esa tierra con problemitas, entonces yo
no me amañé, y vendí eso. De allá me vine con esa platica y compré esa finca
que tengo ahora”.
Vueltas puede dar un hombre,
aún dentro de su mismo territorio, hasta finalmente hallar el sitio en el que
puede levantar a su familia. “Aquí en San
Miguel, al otro lado de Rosendo. Eso llama por ahí El Chulí. La cañada del
Chulí llama eso. Por ahí finca de café es sino la mía penas. Por ahí no hay
café en ninguna parte. En la mera cafetera mía y el resto ya es rastrojo. Eso
es de Riche David”.
La devaluación de la moneda
pone a los viejos a hacer comparaciones de valor de las propiedades entre un tiempo
pasado y uno más reciente. En sus apreciaciones el dinero no pierde valor sino
que son los bienes los que ganan precio. “Y
entonces en ese tiempo se hablaba era de pesos, y de ahí pa´cá se fue a miles.
La plata se fue multiplicando prontico, prontico. Cuando yo compré allí, ya
eran mil, ya no eran pesos. Ya no eran 37 pesos sino 37 mil pesos. Pa´que vea
como es que la cosa va bailando”, manifiesta Luis.
En el video: Carlos Zapata no se puede resistir al sabor de los huevos duros.
El trabajo siempre ha sido
aliado del hombre virtuoso. Quien presenta esta cualidad recibe las mejores
ofertas en momentos difíciles y de necesidad. Así nos lo comenta Luis: “37 mil pesos era un infiernal de plata, pero
mucha plata. Pa´uno hacer esa plata tenia era que mayajiar mucho. Tenía yo
siete reses en esa finca, cuando me dice Riche David: te voy a vender ese
rastrojo ahí´hombe. Usted que es un tipo trabajador, guapo y te estimo hombre,
y vos sos verraco. Ahí no había ni un palo de café, no había ni una mata de
banano; no había nada. Eso era un rastrojo y eran unos barrancos. Ahí no entraba
ni el ganao. (…) entonces me dice: te voy a vender el pedacito de tierra y te
tomo el ganao que tenés pa´que vias vos. Y yo le dije: ¿y con qué te voy a
pagar el resto pues? –hombre, me lo vas pagando a trabajo que sea, hombre. Y me
metí. Le di las siete reses. ¿sabe cuánto me dio por esas siete reses en ese
entonces? 27 mil pesos. Y la tierra costó 35. ¿cuánto le quedé debiendo? Ocho.
(…)Ya estaba casao yo. Pero le pagué esa tierra cosechando frisol, jornaliando”.
Hoy en día Luis Ángel está muy agradecido con Ricardo David por creer en él y
darle la oportunidad de tener su tierra para cultivar café, banano y adecuarla
para el ganado.
El matrimonio de Luis Ángel
fue muy parecido al matrimonio de enero de 2019 en el que él actúo como padrino,
aunque con necesidades pudo hacer una modesta fiestecita. Al día siguiente de
su matrimonio, que fue un sábado santo, consiguió dinero prestado con el
difunto Luis Urrego, “veinte mil pesos
pa´mercar porque yo era en luna de miel pero no tenía comida en la casa”,
dice Luis con sinceridad.
Durante años debió pagar
arriendo para vivir con su familia luego de venirse para el pueblo. Vivió
durante ocho años en la casa de Chucho Rua. “Dentré pagándole a siete mil; por último, me lo puso a quince mil, de
ahí me subió a veinte, y yo ya no fui capaz. Me quedé ahí porque le había
pagado unos mesecitos por adelantao, y después se me cerró que no me arrendaba
más”.
Los buenos amigos siempre
aparecen en los momentos difíciles y son la salvación. “Pero como yo era tan amigo de los Jiménez, entonces hablé con los
Jiménez, con Victor, Alberto, que era compadre mío. Pásese pa´esa casa abajo,
pásese. Y me pasé pa´ya, donde era El Zoar, allá en toda la esquina, en esa
casa que era de Juan Guerra. Eso era de tapia, ahora tiempos. Allá fui a
retumbar”, así lo recuerda.
Barrio
el Zoar
Algunas décadas antes, en el
casco urbano de Peque, había una zona conocida como El Zoar; esta quedaba por
la antigua salida para la Vereda Alto Bonito. “Un barrio de mujeres ahí, cantinas y bebedores. Eso se cayó; eso era
una tapiería vieja”, afirma. Era muy común, años atrás, que en los pueblos
provincianos como Peque, los lugares en donde el trago iba acompañado de otros placeres,
estaban ubicados a las salidas de los cascos urbanos, una manera de evitar las
miradas indiscretas y los malos comentarios.
Comenta Luis que el Zoar era
un barrio de “mujeres calientes”, y que quien le daba vida y acción a este
lugar era el difunto Juan Guerra el cual traía de a cinco y seis mujeres de
Ituango (también se le unían a este grupo unas pocas mujeres locales que
gustaban de este tipo de placeres); “ese
era un sinvergüenziadero el hijueperra”, comenta.
En Pele y Coma no importa la talla de los clientes: gordos y delgados, todos son atendidos por igual por Luis Ángel.
No faltaron los incidentes,
o más bien los hechos violentos en este lugar. Aquí murió de manera violenta un
agente de la policía. “Se fue bravo
pa´llá y en ese tiempo era muy verraco eso. Ahí se juntaba una gallada por ahí
del campo pa dar machete y bala…y lo mataron estos güevones”, dice Luis.
Resistencia
de los viejos para el trabajo.
Durante décadas trabajaron
de sol a sol, o del alba a la penumbra padres, abuelos y bisabuelos. Nadie
hablaba de horas extras, de explotación laboral o de códigos laborales. “La gente primero era muy verraca hombre.
Jumm, en el tiempo que yo me alevanté, usted se levantaba era a las cuatro de
la mañana y a las cinco ya tenía el taleguito con la comidita; y a las seis de
la tarde no había salido del trabajo”, sostiene. Uno de los parroquianos
que asiste a la conversación, agrega: “en
ese tiempo el reglamento era, pardito pal´monte y oscurito pa´la casa”.
En nuestros tiempos, ni
patrones ni trabajadores, se someten a semejantes jornadas, “y si usted de pronto por algún acaso le dice:
hombre ahí que trabajar siquiera hasta las cuatro y media, le dicen no señor,
yo no me comprometía a trabajar de noche”, lo dice Luis Ángel mientras ríe.
30
años de ventero
Luego de entregar la casa a
Chucho Rúa, Luis y su esposa se muda para la casa de don Alberto Jiménez. Allí
siguen ofreciendo los alimentos a módicos precios a las personas del campo. “Yo le abría oportunidades al campesino
pa´que llegara ahí, con maíz, con panela, con café, con lo que quisieran
arrimar ahí. Y al otro día eso lo llenaban de bestias así, vea. A levantar
carga. Otros lo dejaban ocho o quince días ahí”, dice.
Los sancochos que preparaba
la esposa de Luis los fines de semana para los campesinos eran posibles gracias
a los fiaos que les otorgaba uno de los carniceros de la época. “Cesar Salas era carnicero en ese entonces.
Entonces le dije yo a la mujer mía: vamos allí onde Cesar, camine pa´que él le
fie cositas ahí. Entonces ya hablé con él (…) los sábados hacía un comidal de
sancocho así, y yo el revuelto lo tenía en la finca. Traía dos, tres cargas de
banano por semana, y el día sábado había comida. Y la mujer mía aprendió a
trabajar sancocho con el hueso”.
Doña Robertina tenía un fin
de semana agitado mientras su esposo Luis se la rebuscaba en las calles del
pueblo. “Yo trabajaba aquí en la plaza
con cigarrillitos en una casetica que se llamaba Kostazul. Me parece que era de
Cenizo, o de Rigo o de José. De uno de ellos, yo no recuerdo; de este José
Querenco. Yo trabajé mucho tiempo Kostazul. Vendía aguardiente, cerveza,
cigarrillos, galletas, parva, banano maduro. Yo abría toda la semana; a la hora
que yo tuviera tiempo. A lo último yo tuve una caseta de esas grandes, ahí. Eso
porque me echaron de ahí (…) en tres veces trabajé en esa plaza: una bajo el
mango, la otra me fui pa´lla donde hay un almendro al frente del comando.
Entonces allá no se amañaron conmigo tampoco, entonces me mandaron pa´cá”.
La familia de Luis está pendiente de que el puesto de venta
siempre tenga el surtido básico de alimentos para atender a los clientes. Aunque
las ventas son ligeras en unos días, en otros los huevos y los tamales esperan
pacientemente. La ronda de una de las nietas al puesto confirma el hecho.
Nieta: Hola abuelo.
Luis: Quiubo mija.
Nieta: ¿Cómo va con eso?
Luis: Ahí, hay ventas
Nieta: ¿Todavía tiene?
Luis: Hay un poco
Nieta: Ahh, bueno. Chao.
Luis: Ahorita no manden
nada.
Nieta:
Bueno abuelo
La venta de bananos, huevos
sancochados y tamales en la calle Candelaria es una solución alimentaria a
campesinos y locales. Por algo el nombre popular de su puesto es “Pele y coma”
como él mismo lo acredita. Desde 200 pesos que vale un banano, 500 pesos un
huevo sancochado con arepa y 4.000 pesos un tamal, se puede apaciguar el hambre
según el presupuesto.
La generación de Luis se ha
multiplicado y ahora cuenta con nueve bisnietos. “Daniela ya tiene muchachita y esos son bisnietos ya. El Chavo tiene por
ahí dizque un muchachito, también es bisnieto”. En esta casa se llena la
olla para hijos, nietos y bisnietos. La preocupación por el alimento de los bisnietos
es la misma que siente la madre por sus hijos. El plato del pobre rebosa más de
amor que de abundancia. El humilde siempre confía que no faltará el alimento
para su familia. Cada niño que viene al mundo trae su arepita bajo el brazo,
dice el dicho popular de los pobres. La expresión de Luis "Pele y coma...¡y chuce! quizás indique que la vida solo da reposos para seguir luchando.